Cómo morimos by Sherwin B. Nuland

Cómo morimos by Sherwin B. Nuland

autor:Sherwin B. Nuland [Nuland, Sherwin B.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1992-12-31T16:00:00+00:00


Gruñendo terriblemente cerca de mi oreja, me sacudió como un terrier podría sacudir una rata. El susto me produjo un estupor similar al que parece sentir un ratón tras el primer zarpazo del gato. Me causó una especie de languidez en la que no había sensación de dolor ni de terror, aunque era completamente consciente de todo lo que estaba sucediendo. Era como lo que describen los pacientes cuando se encuentran bajo la influencia del cloroformo: pueden ver la operación pero no sienten el bisturí. Esta singular situación no fue resultado de ningún proceso mental. La sacudida eliminó el miedo e inhibió toda sensación de horror al mirar a la bestia. Este peculiar estado probablemente se produce en todos los animales que matan los carnívoros y, si es así, es una provisión misericordiosa de nuestro benevolente Creador para disminuir el dolor de la muerte.

En aquellos días lejanos en los que la ciencia de laboratorio estaba empezando su larga colaboración con la medicina de cabecera, probablemente la mayoría de la gente habría estado de acuerdo con la explicación de Livingstone para su asombrosa calma. Habría sido necesario tener presciencia —o renegar de la fe— para invocar la fisiología en aquellos momentos en que el microscopio y el análisis químico acababan de nacer. Era prácticamente imposible que Livingstone hubiera intuido de alguna manera los principios de las alteraciones bioquímicas de la conciencia en condiciones de estrés. Al estar semejante visión profética incluso fuera de la capacidad de un misionero cristiano, no pudo prever el descubrimiento de ese fenómeno.

Yo he tenido una experiencia semejante. No soy una persona miedosa por naturaleza y, sin embargo, hay dos situaciones que temo hasta el punto de la irracionalidad patológica: mirar hacia abajo desde una gran altura y hallarme sumergido en aguas profundas. Sólo con pensar en cualquiera de estos dos peligros se produce un espasmo en cada uno de mis esfínteres, de un extremo a otro del tubo digestivo. No es que sea cauteloso ante las aguas profundas o incluso que me asusten; es que me dan pavor, me amilanan y me llenan de una fóbica cobardía. En una piscina, rodeado de jóvenes sanos, todos ellos capaces de rescatarme sin tensar ni una sola fibra de músculo schwarzerneggeroide, he sentido más de una vez la mortal certeza de un ahogo inminente; y esto simplemente porque me había dado cuenta de que estaba unos centímetros más allá de donde me cubría.

En una ocasión, me retiraba de un banquete espléndido (durante el cual todo el alcohol que había tomado se había reducido a una botella de cerveza Tsingtao, y además durante la primera parte de una comida que se había prolongado dos horas), en compañía de un colega americano y media docena de miembros de la Facultad de Medicina de Hunan, próxima a la ciudad de Changsha, en la región sur-central de China, e íbamos charlando y paseando por un camino lleno de curvas que en un breve tramo atravesaba lo que parecía ser un estanque poco profundo de aguas tranquilas.



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